Manda Contador

Ciclismo | Tour de Francia | 15ª etapa

Manda Contador

Manda Contador

reuters

Conquistó la etapa y el liderato pese a la reacción de Armstrong

En este momento es imposible diferenciar la gloria de la polémica y la victoria de la rabia. Todavía a estas horas existe un sentimiento general de alegría y de venganza. La importancia del triunfo de Alberto Contador en Verbier no se mide por una etapa y un liderato. Lo que multiplica la relevancia de su asalto al Tour es el pulso librado contra su equipo en general y contra Armstrong en particular. La prueba, por si alguna necesitábamos, es que ayer despertó tanto entusiasmo el ataque de Contador como indignación causó la respuesta del americano.

El gesto de Armstrong, arrastrando a los rivales del equipo en persecución de Contador, atenta contra las más elementales normas del compañerismo, esto no habrá quien lo niegue. Y la misma crítica merece el veterano Klöden, que colaboró en la caza o pareció intentarlo con ganas. Ahora podremos discutir si tiraron mucho o poco, ofensiva o defensivamente, pero seguirá sin ser ésa la cuestión.

La realidad es que Contador y Armstrong son rivales con el mismo uniforme porque lo quiso el destino y no lo evitó nadie. Uno estaba en su equipo y el otro regresó al lugar donde se levantaba el suyo. Ninguno advirtió del peligro de esa coincidencia. Y no es raro. Nadie en su sano juicio hubiera imaginado en septiembre que Armstrong, de 37 años y después de tres retirado, estaría en condiciones de ganar el Tour a siete días de París. Apuesto a que ni siquiera lo soñó el propio interesado.

De manera que cuando ayer vio que perdía el último tren del último milagro, Armstrong, ganador de siete Tours de Francia, decidió agotar sus opciones sin reconocer más intereses que los suyos. Fue egoísta, ambicioso y en cierta medida desleal, aunque jamás hizo promesa de renunciar al triunfo por un compañero.

Confirmado el motín, comprendo muy bien la indignación de los aficionados españoles y la furia de Contador: observar la persecución de Astaná a su jefe de filas fue un acto antinatural e irritante. Pero si soy sincero y miro con perspectiva, tampoco me cuesta entender la respuesta del arrogante y viejo león. Nadie regresa tres años después para ceder el paso a los jovencitos. Llegados a este punto del deporte profesional, nadie se hace a un lado por educación.

Extinguir.

Dicho esto, también pienso que hacía falta matar a Armstrong. Y cuando digo matar me refiero a la cuarta acepción del término, la que habla de "extinguir o apagar, especialmente el fuego o la luz". Aclarado el homicidio, hacía falta que fuera Contador. ¿Por qué? Por cien razones que podrían ser mil o un millón. Porque hay demasiadas coincidencias en sus vidas, aunque uno sea un mal chico de Austin y el otro un buen chaval de Pinto. Por el cáncer en los testículos y por el cavernoma en el cerebro, por sobrevivir ambos, por renacer después y, sobre todo, por su inmenso talento. Con Armstrong no ha acabado una bala perdida (Riis), sino un elegido, posiblemente un heredero de cinco o siete Tours. La historia sigue siendo buena.

Todo sucedió, lo contarán los libros de ciclismo, cuando faltaban 5,6 kilómetros para la cima de Verbier. Entonces demarró Contador, escapando de un grupo en el que sólo resistían Armstrong, los hermanos Schleck y el sorprendente Wiggins. Alberto atacó de lejos, para evitar confusiones y falsas galanterías, y lo hizo con ese pedaleo alegre que igual le valdría para escalar el Everest que para repartir flores por los Alpes.

Andy Schleck intentó seguir su estela, pero cedió, unos pocos metros primero y unos cientos después. Será rival para una década, pero todavía le falta esa medida que completa todos los niveles del gran campeón: la escalada, la crono, la valentía.

Por detrás se formó la imagen de la insurrección. Alejado Contador, Armstrong tiró del grupo perseguidor, hasta que encontró la ayuda de Klöden. Lo que pudo quedarse en rebeldía individual adquiría el aspecto de las conspiraciones colectivas y meditadas. No seré yo tan severo en la interpretación aun a riesgo de parecer hipnotizado por el asesino de Texas. Creo que en este caso Bruyneel no ha sido fiel a un amigo, ni siquiera a un socio capitalista, sino a los siete Tours que ganó. Y creo, igualmente, que después de lo sucedido ayer ya ha quedado saldada la deuda.

Contador fue ganando tiempo a Armstrong, que se descompuso gradualmente. Ni su figura ni su ritmo son los mismos que hace tres años. Ahora, en pleno esfuerzo, tiene el aire desvencijado con el que te castiga la edad.

En cuanto sus acompañantes advirtieron su debilidad le abandonaron todos. Primero Wiggins y Nibali, representantes de un ciclismo moderno, ilustrado en cada especialidad. Después se marchó Sastre, que hizo la goma varias veces para volver siempre. Su estilo es el sacrificio, el pedalear con cilicios y su constancia merece, sin duda, el Tour que ganó.

Aliviado.

Contador cruzó la meta feliz y aliviado, vencedor de una batalla psicológica que le tenía preso. Es posible que dentro de un tiempo entienda que pudo disfrutar de este momento, que la disputa fue platónica, que los señores de 37 años no pueden ganar el Tour.

La pregunta ahora es si Astaná cerrará filas en favor de Contador, si Armstrong se rendirá a la evidencia. Muchos dudan, pero yo lo creo firmemente. Después de fracasar en la pelea por la victoria, a Armstrong le queda la redención de la humildad. Sigo pensando que el deseo de limpiar su imagen siempre fue más realista que su empeño por ganar. Y a eso ha venido al Tour: a morir bonito. Qué mejor forma de hacerlo que dando el relevo a Contador, su compañero del alma. Y que nadie dude de que Bruyneel, si esto se resuelve como parece, terminará dando conferencias sobre la gestión de grupos.

Falta mucho todavía, lo advierto. Quedan todas las montañas que faltaron antes y una contrarreloj que todavía concede opciones para la sorpresa. Por no hablar de la lluvia, los accidentes y las gastroenteritis.

Pero algo ya ha quedado claro. Este Tour es especial. Esta edición reparte más gloria para el campeón, más leyenda, más páginas en los libros de historia. Contador ganará muchos Tours, pero sólo en uno mató a Armstrong. En éste.