Se acabó la siesta

Ciclismo | Tour de Francia

Se acabó la siesta

Se acabó la siesta

reuters

Nicki Sorensen ganó en Vittel y hoy vuelve la montaña.

Ayer no ganó Cavendish. No tenía piernas o no tenía ganas. O es posible que se haya cansado de exhibirse ante el público que le rechaza. Desde que criticó a los franceses por el retraso de un avión en el aeropuerto de Limoges, se han conocido otras anécdotas que descubren su escasa simpatía hacia el país del gallo, una animadversión, por cierto, que forma parte del retrato robot de algunos británicos y no pocos estadounidenses.

Aunque no descarto tampoco, más allá de prejuicios patrióticos, que el Columbia decidiera reservar fuerzas para la etapa de hoy. No olvidemos que ese equipo de rodadores acoge también al alemán Tony Martin, de 24 años, y portador del maillot blanco que distingue al mejor joven y al más afortunado (no hay azafatas más bellas). No diré que el chico es una amenaza para la general, pero tampoco diré lo contrario. Empezó destacando contra el reloj y últimamente escala como un abulense, transformación similar a la que ha experimentado Bradley Wiggins en la edad adulta (29). Si ambos llegan con opciones a la contrarreloj de Annecy (40 km) que tiemble la aristocracia.

Pero no adelantemos acontecimientos y regresemos a la actualidad. Ayer venció Nicki Sorensen, que es un danés eterno aunque sólo confiesa 34 años. Su victoria fue una verdadera exhibición, pues si pocas veces se ha visto que entre varios fugados haya quien pruebe fortuna a 24 km de meta, es más raro aún que el valiente tenga éxito. Sorensen no dudó: primero demarró del grupo y después, a cinco kilómetros, se despegó del francés Calzati, el único que pudo seguir su primer ataque.

Lo cierto es que el ciclismo está haciendo mucho para aliviar la crisis de los 40. Íñigo Cuesta (justo 40 primaveras), Arrieta (38), Armstrong (37), Leipheimer (36) o Klöden (34) nos demuestran que se puede campeonar en esa provecta edad y que hay contención posible contra los michelines, aunque ardua.

En esa escapada de siete corredores, indultada por los velocistas, se incluyó Egoi Martínez, actual rey de la montaña. Su intención fue recolectar puntos por los puertos de cuarta, y como en esa pelea está enzarzado con Pellizotti, ambos se encontraron de pronto en el vagón de los aventureros. Aunque las matemáticas acompañaron al italiano (sumó 15 puntos, por nueve del navarro), Egoi ha dejado claro que venderá muy caro su maillot. Hace bien, aunque más barato debería vender ese culotte de puntos rojos que le hace parecer víctima del sarampión africano. Y es que los modistos del Tour se han empeñado en sustituir los jerseys por el buzo integral y brillante (amarillo, verde...) que tantas pupilas está destrozando.

Cuando todo indicaba que la etapa se cerraría sin más incidencia que un estornudo de Armstrong, en una de las últimas curvas se fueron al suelo Evans y Leipheimer. No perdieron tiempo por accidentarse en los últimos tres kilómetros, pero el hecho insiste en la penuria que está pasando, especialmente, el australiano.

Emboscada.

Pero arriba los corazones porque hoy habrá ocasión de resarcirse. La etapa de Colmar, señalada por muchos como una emboscada de 200 kilómetros, se despliega como una oportunidad para la sorpresa, si es que caben las sorpresas tan anunciadas. Sin apenas respiro, se encadenan tres puertos que todavía dejarán 20 kilómetros de descenso hasta la meta. Intrigan tanto los ataques como la estrategia del Astaná. Apetece medir las fuerzas de los favoritos y la impaciencia de Contador. Apetece que pase algo.