Dictadura del sprint

Ciclismo | Tour de Francia

Dictadura del sprint

Dictadura del sprint

reuters

Con pinganillos o sin ellos, se repite el final: gana Cavendish.

Con el pinganillo regresó la tranquilidad. Del mismo modo que el niño recupera simultáneamente el juguete y la sonrisa, el pelotón se entregó a la etapa con ilusiones renovadas. Lo cierto es que ayer sucedió exactamente lo mismo que el día sin pinganillos (ganó Cavendish y hubo caídas variadas), pero el desenlace no debería llamarnos a engaño. Fue una jornada distinta, sabiamente controlada por los directores deportivos y profundamente aburrida como deben serlo las siestas del verano.

Documentada en la siguiente página los méritos del joven Cavendish, nunca dejará de sorprenderme el favoritismo de las grandes vueltas hacia los velocistas. De las 21 etapas programadas, la mitad se les ofrecen a ellos, sin que exista la misma consideración para los escaladores o los contrarrelojistas. No negaré que el sprinter se juega la dentadura en cada llegada, pero también hay que recordar que se descuelga perezosamente en las montañas, ahorro de energías que no se puede permitir el escalador en el llano sin sentirse amenazado por el coche escoba y la noche cerrada.

La pequeña incertidumbre de las etapas planas se reduce al mínimo cuando nos encontramos con un velocista tan superior como Cavendish, impulsado por un equipo formidable y ambicioso. Nada que objetar y poco que contar. Si acaso que hubo un par de fugados, gente romántica que huye por el placer de la aventura, consciente de que serán engullidos cuando divisen la meta.

En esta ocasión los héroes sin premio fueron un belga, Van Summeren, y un polaco, Sapa, el primero que se asoma a una victoria en el Tour después de Zenon Jaskula (tercero en 1993 y ganador en Saint Lary Soulan). En 163 kilómetros de fuga, se relevaron con ganas, les cogimos cariño y nos despedimos de ellos cuando nos brotaba el amor verdadero. Hoy, con otros valientes, ampliaremos nuestro círculo de amistades.

La etapa prosiguió sin más interés que observar los castillos de la región y descubrir las bicicletas que se dibujan en los prados o en los campos de fútbol. Nunca tendremos eso. Tan jaraneros que somos, temo que nunca entendamos la Vuelta como una fiesta popular.

El sprint fue cerrado, ahí acabó la emoción. Como los últimos metros picaban hacia arriba, Cavendish tuvo que emplearse a fondo para superar al estadounidense Tyler Farrar, que ya acumula tres segundos puestos en volatas de Giro y Tour. Freire, abandonado a su suerte, sólo pudo ser cuarto. No es raro: corre como los pioneros, sin equipo, por cuenta propia, en representación de la empresa Freire, especialista en campeonatos del mundo.

Verde.

El resultado de la etapa es que Cavendish recupera el maillot verde, coloreado así porque fue patrocinado por una fábrica de cortadoras de césped. Para que luego digan que el ciclismo no ofrece impactos duraderos.

No hubo otros cambios, aunque Egoi Martínez advirtió que el italiano Pellizotti también pretende el maillot de la montaña (puntuó en el segundo puerto), ese jersey que no viste un español en París desde 1974 (Perurena). Egoi no podía tropezarse con un rival más peligroso porque Pellizotti es un ciclista extraordinario y un escalador puro (tercero en el pasado Giro y ganador en el temible Blockhaus).

Hasta aquí la carrera. Las últimas noticias (ver página 30) indican que el Tour se ha rendido y permitirá los pinganillos mañana, en la etapa montañosa de Colmar. Los niños ganan. Tanto han pataleado que la organización les pone el chupete para que callen. El juguete para que sonrían. Miremos el lado positivo. A partir de ahora el espectáculo y la seguridad están garantizados. Verán.