Calma chicha

Ciclismo | Vuelta a España

Calma chicha

Calma chicha

El pelotón se presentó en Zamora al filo de las siete de la tarde. Los ciclistas culparon al cansancio, aunque no gustó el circuito preparado un día antes en Ponferrada. Se fugaron Rosendo y el colombiano Pedraza, pero Quick Step preparó la llegada a Boonen, que no falló.

La etapa se cerró con hora y veinte de retraso, al filo de las siete de la tarde, 80 minutos antes de la puesta del sol. La explicación amable es que los ciclistas se lo tomaron con tranquilidad, agotados y doloridos después de tres etapas durísimas. Sin embargo, hay otra versión que apunta a una huelga de pedales caídos en protesta por el peligroso circuito que condujo a la meta de Ponferrada, y que incluía una subida terrible, El Lombillo, que pasaba casi inadvertida en el libro de ruta.

Es frecuente que los ciclistas, atomizados en otras cuestiones fundamentales, alcancen rápidos consensos en cuestiones de este calibre. Y es habitual que suceda en la Vuelta y no en el Tour. Sin embargo, el castigo a la organización termina por convertirse en un castigo al público, que se acerca a las cunetas o a la televisión en busca de espectáculo, ilusionado y crédulo.

Hubiera pacto o no, cuesta comprender que los aspirantes al podio o al triunfo final, si es que queda alguno, dieran gentil tregua a Contador después de su caída del día anterior. Es cierto que el trazado anunciaba una victoria al sprint, pero el Alto del Acebo, plantado en la salida, ofrecía, y diré que hasta exigía, un escarceo entre los favoritos, aunque fuera rutinario. Quién sabe si el cansancio no hubiera provocado un corte en el pelotón y una posterior persecución en el llano. Lo que resulta seguro es que en las etapas imprevistas es donde se marcan las verdaderas diferencias y Valverde puede dar buena fe de ello. Confiarlo todo a la Sierra de Madrid es no confiar en nada y resignarse en todo.

Cansino. El resultado es que la ascensión del Acebo se hizo a marcha de cicloturista, disfrutando del paisaje, como demuestra el promedio de la primera hora: 15 km/h.

Y así continuó el grupo, con las únicas excepciones del andaluz Jesús Rosendo y el colombiano Walter Pedraza, que se escaparon con la vana ilusión de que la huelga o el relax les diera una oportunidad a ellos, que ni protestaban ni descansaban.

Pronto descubrieron que era imposible. Después de alcanzar los ocho minutos de ventaja su diferencia se estabilizó entre los cuatro y los tres minutos, con independencia de que aflojaran el ritmo o aceleraran la marcha. Así jugaba con ellos el pelotón.

Porque un pelotón en tregua es como un instituto con ruedas, un grupo hormonado y revoltoso. La broma más celebrada la protagonizó Flecha, que arrebató la bandera de Estados Unidos al fiel seguidor de Montana que corre por las cunetas con un casco adornado por dos cuernos que, antes que risa, despiertan compasión.

El joven corrió tras el ciclista en busca de las barras y estrellas, pero sin éxito y sin perfil aerodinámico. Encontró la bandera más adelante y se tomó el asunto con elogiosa templanza, como debe hacerlo quien luce semejante cornamenta.

Entretanto, Rosendo y Pedraza caminaban, después de 150 kilómetros, hacia un final anunciado. Quick Step ya había iniciado las maniobras de despegue en favor de Boonen, de los pocos velocistas que siguen en carrera, aunque por poco tiempo. Bettini trabajó para su compañero, rival en el Mundial de Varese, y el belga sumó su segunda etapa.

Algún día, lo espero, se primará a los corredores que completan la Vuelta y se penalizará a los que vienen de paso. Algún día los ciclistas distinguirán a los malos, las víctimas y el público.