El eterno retorno

Ciclismo | Vuelta a España

El eterno retorno

El eterno retorno

dani sánchez

Magnífica victoria en Burgos de Freire, que remontó a Boonen

Desde que Óscar Freire ganó en 1999 el campeonato del mundo no ha dejado, ni un solo año, de sumar triunfos exquisitos. El resultado es que acumula tres Mundiales, dos Milán-San Remo, siete victorias de etapa en la Vuelta y cuatro en el Tour, por mencionar sólo la crema de sus victorias.

Podríamos decir que, salvo en dos títulos mundialistas (los últimos), jamás ha dispuesto de un equipo a su servicio o de lanzadores en el último kilómetro. De manera que en cada sprint ha tenido que buscarse la vida con un desamparo casi conmovedor, sin ayuda y sin la fisonomía exuberante de los especialistas, habituándose a saltar de vagón en vagón, añadiendo a la ceremonia de la fuerza el valor de la inteligencia. Así venció ayer, como siempre.

Es cierto que Rabobank trabajó en cabeza cuando reducir a los fugados era como pescar atunes en un estanque. Y es verdad que los fieles Horrillo y Flecha le arroparon en el último tramo. Pero al final Freire estaba solo, rodeado de bufidos. Fue entonces cuando desplegó el kit de asesino: tomó a los enemigos por aliados, siguió la rueda de quien se creía ganador y le superó sobre la raya. Es fácil si eres un genio.

Virtudes. Como Freire se muestra además como un tipo amable y sensato, solemos mezclar sus virtudes personales con las deportivas. Y cometemos un error, porque con el mismo razonamiento restamos méritos a quien resulta altivo, antipático, vanidoso o manipulador, aunque exhiba magníficas dotes como deportista.

Me estoy refiriendo, ya lo habrán adivinado, a Armstrong, cuyo propósito de volver al ciclismo ha sido recibido, mayoritariamente, con rechazo. Se esgrime que es un corredor dopado porque L'Equipe reveló en 2005 que sus muestras de orina de 1999 contenían EPO, si bien no puede hablarse de positivo porque las pruebas fueron congeladas en su momento a la espera de perfeccionar los métodos de detección. Se recuerda, igualmente, su actitud mafiosa contra el arrepentido Simeoni, que osó inculpar al doctor Ferrari, médico de Armstrong.

Sin embargo, se olvida el tenebroso paisaje de 1999, la ausencia de pruebas jurídicas, el silencio complaciente del pelotón y, sobre todo, se olvidan los siete Tours. Creo que si algo diferenciaba a Armstrong de sus competidores era el mal carácter y el talento, una combinación que, por cierto, suele resultar explosiva; pero no le distinguía la química.

Yo, a diferencia de admirados compañeros y superiores, celebro su regreso, incluso la intención. Lo entiendo como un formidable desafío personal y deportivo. Y festejo que el Tour, viejo enemigo, acepte el reto.

Ojalá Armstrong fuera como Freire. Ojalá Malagueta ganara las etapas que merece y ojalá coincidieran la victoria, el esfuerzo y la integridad. Pero el mundo es otro y sólo regala una baza: volver.