Se hizo justicia a la Vuelta

A la Vuelta hay que quererla. Igual que el Tour es la imagen de Francia y el Giro lo es de Italia, la Vuelta intenta mostrar lo mejor de España. Ardua tarea, porque la carrera se celebra cuando nuestros campos están agostados y la nieve se ha ido de las montañas. Deportivamente tampoco lo tenemos fácil, porque los mejores ciclistas llegan cansados del Tour; quienes han hecho el doblete con el Giro, renuncian. ¿Que hacen los organizadores entonces? Buscan novedades: cimas inéditas y recorridos propicios para el espectáculo. Los ciclistas protestan y esperan al último kilómetro para atacar. Dicen que no hay fuerzas, pero el único que las perdió de verdad fue Dumoulin, y hubo que esperar hasta ayer. Del resto no se conocen desfallecimientos.

Desde el inicio, las malas noticias se sucedieron. Plante en la primera etapa. Nibali se agarra a un coche y le echan. Froome se hace daño en un caída y se retira. Sagan y Paulinho son arrollados por motos de la carrera. Boeckmans se cae y es inducido al coma. Bugno, presidente de los ciclistas, dice que asistimos a un “baño de sangre”; Cavendish, que “la Vuelta se ha vuelto estúpida”. En las etapas más duras apenas pasa algo, y un contrarrelojista, Dumoulin, está a punto de ganar una Vuelta con once llegadas en alto. Hasta que Aru y compañía juegan a ser ciclistas y lanzan un ataque de verdad. Resultado: gana Aru, gana el ciclismo y gana la Vuelta. Gracias. Al final esta edición se recordará por la etapas de los puertos madrileños, no por ser estúpida.