VUELTA A ESPAÑA | 3ª ETAPA

Al fin triunfa Peter Sagan

El eslovaco remató el trabajo del Tinkoff con un triunfo al sprint sobre Nacer Bouhanni, que se rehízo de una caída. Esteban Chaves sigue líder.

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Ni el triunfo de Peter Sagan sirvió para cambiar de tema. Los ecos de la expulsión de Nibali todavía resuenan en el mundo del ciclismo y, sobre todo, más allá. Hay quien piensa que los ciclistas sienten una irreprimible inclinación hacia el lado oscuro. Les sobran los argumentos. Ya en 1924, los hermanos Pelissier confesaban al periodista Albert Londres que “el arsénico, la cocaína y las pastillas” formaban parte de la dieta de los corredores. Pero el dopaje no es el único vicio. La sospecha de las bicicletas con motor es tan real que los cuadros son revisados por los jueces antes de las etapas. Se equivocan quienes aseguran que el peor enemigo de los ciclistas es el viento, ni siquiera el huracán; es la desconfianza.

El caso de Nibali no ha hecho más que reactivar a los incrédulos. Si un gran campeón es remolcado por el coche de su equipo para recortar tiempo, qué serán capaces de hacer aquellos que no se sienten observados. Igual que la EPO fue una evolución química de las concentraciones en altura, agarrarse del coche es una evolución perversa del impulso que se dan los ciclistas al recibir los bidones, o de las remontadas tras coche, cada vez más descaradas.

El efecto es inmediato y se repite tras cada escándalo: a partir de ahora, y quién sabe por cuánto tiempo, ya no habrá hazaña que no sea puesta en duda o tomada a broma.

Niego la mayor, no obstante. El ciclista no es más proclive a la tentación que cualquier otro deportista o ciudadano. Lo que le distingue es el estado de extenuación. Agotadas las fuerzas, las debilidades mandan. Es el cuerpo llevado al límite el que invita a la mente a tomar atajos. A nadie hace más caso un enfermo que a un médico. Lo podemos llamar trampa o instinto de supervivencia.

Nibali no es una excepción. Su excusa moral, en plena persecución, es que se había cortado por culpa de una caída, enésimo infortunio de la temporada. La de los Pelissier eran las etapas de 400 kilómetros. El ciclismo es un deporte tan extremo que, en ocasiones, los corredores se precipitan al abismo. La gloria y la miseria vienen en la misma caja.

Sagan eligió el día de las reflexiones metafísicas para acabar con su maleficio. El eslovaco correspondió al trabajo de su equipo y ganó al sprint después de hacer cinco segundos puestos en el Tour, quince en el total de la temporada, doce el pasado año. Desde su triplete en 2011 no había repetido triunfo en la Vuelta. Eran otros tiempos. Ahora tiene el pelo más largo y la paciencia también. Mozart ya no hace caballitos ni toca el trasero de las muchachas, al menos encima de un podio. La madurez es descorchar el champán sin rociar a las azafatas.

Heridos. Bouhanni, que ayer volvió a rodar por el asfalto, cruzó la meta en segunda posición, seguido de Degenkolb. Tiralongo, con cuarenta puntos de sutura en la cara, no pudo llegar tan lejos. Tampoco terminó la etapa Cancellara, afectado por un problema estomacal. También eso es el ciclismo.

Hoy seguirá el baile camino de Vejer, pueblo de postal (la mejor plaza de Occidente) al que se accede escalando. Quienes lleguen hasta arriba divisarán Marruecos en el horizonte. Madrid aún queda más lejos.