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DÉCIMO ANIVERSARIO DE SU MUERTE

Diez años sin el Chava Jiménez

Chava Jiménez, el ciclista español con más gancho de los últimos tiempos, murió hace diez años en una clínica madrileña, donde se recuperaba de una depresión.

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Diez años sin el Chava Jiménez

Cuando era niño, José María Jiménez Sastre, el Chava, quería ser torero. “Se tiraba todo el tiempo dando muletazos por la casa, hasta que un día vino llorando porque le había mordido un perro en la calle y diciendo: ‘Ya no quiero ser torero”. La anécdota la contaba su madre, Antonia, en un reportaje en AS en diciembre de 1994, cuando el Chava aún era un proyecto de buen corredor. España perdió un torero por culpa de aquel perro, pero ganó un ciclista carismático y único, tremendo y extremo. Y como la lidia le perseguía, le acabaron llamando Curro Romero. El de las grandes faenas y los grandes petardazos.

“Había dos versiones del Chava en todo lo que hacía. Por ejemplo, en los entrenamientos: estaba el Chava de principio de año, que se reía de todos: ‘¿Dónde vais?’. Y luego venía la versión seria, cuando preparaba la Vuelta y hacía una burrada de sesiones. Así era su forma de ser en todo”, cuenta Paco Mancebo, su excompañero de equipo, exmiembro de su grupeta y otro producto de la Peña Ciclista Arroyo, de El Barraco.

Arroyo y Sastre. En 1982, cuando Ángel Arroyo ganó la Vuelta a España, de la que luego sería descalificado, Chava ya sabía que no iba a ser torero, así que se enganchó al ciclismo. Y fue ese mismo año cuando Víctor Sastre, por la misma razón, creó el club ciclista por donde luego pasaron todas las perlas abulenses. Entre ellos su hijo Carlos Sastre, ganador del Tour 2008 y marido de Piedad, la hermana del Chava.

La Vuelta, siempre la Vuelta. Su tierra de cultivo. Ahí fue donde Chava se hizo grande. Ahí se impuso en nueve etapas, la primera de ellas, y la única que no conquistó en alto, fue en 1997 en Los Ángeles de San Rafael, donde Jesús Gil le enfundó una camiseta del Atlético de Madrid. Un club de idiosincracia extrema. Luego ganó cuatro en 1998, cuando terminó tercero en el podio y dividió España entre olanistas y chabistas (entonces todavía lo escribía con B). Y estrenó la cima del Angliru en 1999... Y se llevó otras tres en 2001, las últimas de su vida: la Cruz de la Demanda, Pal y la cronoescalada a Ordino.

Aitana 2001. Y así se llegó a la etapa de Aitana, con Chava a 2:50 minutos de Óscar Sevilla y con todo su equipo volcado en la conquista del maillot amarillo. Cruzó a 12 minutos, uno de sus célebres petardazos. “Chava era así, el día que el equipo trabajó para él, reventó... Y no fue la única vez: en un Dauphiné (en 2000) le prepararon el Mont Ventoux (donde ya había ganado en 1998), pero al final Navas y Lastras le tuvieron que subir prácticamente a empujones”.

Las anécdotas se amontonan. “En una Vuelta a España (en 2000) estaba gastando bromas con las tiritas, varios corredores partiéndose de risa a su alrededor y mientras la ONCE formando un abanico”, cuenta Pablo Lastras. “O en aquella Vuelta a Castilla y León, cuando en plena trisca con el viento, llega por detrás y nos adelanta a 70 u 80 kilómetros por hora... ‘Sí que voy rápido’, decía. Luego le descalificaron, resulta que venía remolcado por un coche”, apunta Mancebo.

Y como su vida siempre se balanceó entre dos extremos, entre sus dos versiones, Chava también murió al límite. El 6 de diciembre de 2003, el ciclista más carismático de los últimos tiempos fallecía a los 32 años en una clínica de Madrid, donde se recuperaba de una depresión. Hoy hace diez años.