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TOUR DE FRANCIA

Peter Sagan y compañía

El Cannondale trabajó para distanciar a Cavendish y Greipel, y su estrella eslovaca remató al final. El sudafricano Impey mantiene el liderato.

Actualizado a
Al cruzar la meta de Albi, Peter Sagan señala bien el letrero de Cannondale para destacar el gran trabajo de sus compañeros.
AFP / Pascal Guyot

Hasta ayer, la temporada de Peter Sagan (23 años), el Mozart del ciclismo actual, no estaba resultando especialmente brillante: sólo 13 victorias, algunas exóticas (Omán, California), y últimamente dos triunfos en la Vuelta a Suiza. Es decir, ninguna sinfonía. Lo más relevante lo había hecho en Bélgica, y no nos referimos a sus triunfos en la Gante-Wevelgem o en la Flecha Brabanzona. Esta vez no. Si Sagan convocó la atención mediática fue por tocar el trasero de dos azafatas (morena-rubia) en nueve días, en dos carreras en las que fue vencido por Fabian Cancellara.

El rumor de aquel doble incidente todavía le acompaña y, aunque en su momento pidió las pertinentes disculpas, no hay ciclista más seguido en los podios ni más temido por las bellas. El problema de Sagan (también lo fue el de Mozart) es el de los niños geniales que cultivan un talento en detrimento de otros y al margen de las convenciones sociales o de las normas más elementales de educación. Por eso antes festejaba sus victorias teatralmente y por eso, probablemente, pulsó en Bélgica botones que no debía.

La prueba de que Sagan está haciendo un esfuerzo por madurar es que se ha dejado perilla. Rala y desorganizada como un hormiguero después de un ataque, pero perilla al fin y al cabo. La muestra de su recién estrenada corrección es que ayer cruzó la meta agarrándose el maillot para destacar el triunfo de todo su equipo. Después agradeció el esfuerzo a sus compañeros, uno a uno, sin pellizcos indebidos.


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No era para menos, por cierto. El Cannondale se guisó y se comió la séptima etapa con una actuación que honró al Tour y al patrocinador del equipo, un fabricante de bicicletas con sede en Bethel, Connecticut (lugar de máximo interés: es el pueblo donde creció la actriz Meg Ryan). La jornada calcó el plan trazado en el autobús del Cannondale: endurecer el ritmo en las montañas para descolgar a los velocistas y rematar finalmente con Sagan, mucho más que un sprinter. Así ocurrió, palabra por palabra. En la subida a la Croix de Mounis se fueron retrasando Cavendish, Greipel, Kittel, Goss… Hasta 60 ciclistas se quedaron por detrás en diferentes grupos que terminaron por fundirse. Entre ellos, algunos ilustres como Kiryienka y Geraint Thomas (ambos del Sky) o el sobreactuado Voeckler (cuarto en el Tour 2011).A 80 km para la meta, los rezagados perdían 2:10. Poco después, incapaces de reducir distancias, los fornidos velocistas y sus acompañantes se entregaron al paseo veraniego por la bella Francia. Llegaron a Albi a quince minutos.

Sofoco. Sin embargo, el Cannondale todavía tuvo que darse otro sofocón. Eliminados los de atrás, saltaron del pelotón Bakelants (primer líder de la carrera), Juanjo Oroz (Euskaltel) y Gautier (Europcar). Favorecidos por las sinuosas calzadas (las de Dos en la carretera), los fugados mantuvieron un pulso con la perrera que duró hasta la pancarta de tres kilómetros a meta. Lo demás perteneció a la perilla de Sagan. Y hoy, por fin, gran montaña. Primera oportunidad para que Froome se vista de amarillo (de Sudáfrica a Kenia) salvo que diga lo contrario una escapada... o un campeón.