God save Wiggins

Ciclismo | Tour de Francia

God save Wiggins

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reuters

Se coronó en París 45 años después de la muerte de Simpson.

Tom Simpson ganó el Tour de Francia 45 años después. Lo hizo encarnado en un ciclista insospechado, pistard hasta ayer mismo, aspirante de nuevo cuño y ganador con 32 años. No duden que la leyenda de Simpson, y la frustración que generó, es el hilo enmarañado que ha conducido a Bradley Wiggins hasta el triunfo.

El ciclismo funciona como la reproducción asistida. Se pasa de la sequía a los quintillizos. Así nos ocurrió a los españoles y así les sucede a los que tanto desearon vencer y por fin lo han logrado. El deseo infinito se condensa como las nubes y acaba por romper en chaparrón.

La cosa viene de lejos. En los últimos 26 años, doce anglosajones han ganado el Tour de Francia (diez triunfos de Estados Unidos, uno de Australia y otro de Gran Bretaña). La victoria de Lemond en 1986, la primera de un ciclista no europeo, marcó el cambio de tendencia. Dos años después, Hampsten conquistó el Giro de Italia. Tras el reinado de Indurain, sin apenas tregua (la que dictó el cáncer), llegó la era de Armstrong. En esta misma temporada hemos visto a un canadiense imponerse en el Giro (Hesjedal). La juventud de Froome (27), Van Garderen (23) o Geraint Thomas (26) nos hace pensar en un reinado de larga duración.

Mandan los últimos en llegar. Penan quienes se acostubraron a la victoria. El último ganador francés fue Hinault (1985) y el último campeón belga, Van Impe (1976). Y que nadie sonría con las desgracias ajenas porque para nosotros queda lo que resista Contador. Después, apenas nada.

Wiggins lució imponente en el podio de París, tan alto como el obelisco de Luxor que ocupa la Plaza de la Concordia. Desde el general Montgomerie no se recordaba a un inglés tan bien recibido en la vieja Europa. Si no rompió a llorar es porque una extravagante mujer cantó el himno en clave de graznido sostenido. Si no pareció un niño ruborizado es porque las patillas actúan de cortafuegos. No es casualidad. Wiggo se oculta bajo el disfraz de ciclista. Debajo están las heridas y los tatuajes (los nombres de Ben e Isabella, sus hijos, a la altura del corazón).

Ideario Sky. Cavendish sumó su cuarto triunfo en París. El penúltimo relevo se lo dio Wiggins, potente y orgulloso. También eso hemos aprendido en esta edición. No existe solidaridad como la que se establece entre afines, no hay equipos mejores que los que comparten un ideario. Un nuevo estilo para unos nuevos tiempos.

Wiggins-Simpson venció en París para demostrarnos que los sueños se cumplen y que no hay mal que dure cien años, si acaso 45.