Gárate hace cumbre

Ciclismo | Tour de Francia 20ª etapa

Gárate hace cumbre

Gárate hace cumbre

jesús rubio

El donostiarra venció en el Ventoux Armstrong mantuvo el podio

La simple irrupción de la montaña hubiera sido suficiente. El temible Mont Ventoux. También hubiera bastado la morbosa pelea por el podio. Armstrong contra las cuerdas. Pero el destino estaba ayer dadivoso. Y nos regaló además una inesperada disputa por la etapa, un héroe improbable y un triunfo histórico. Juanma Gárate, escalador reconvertido a los 33 años en gregario para lo que sea menester, se impuso en una cima que gana con el tiempo. No será esta la guinda de su notable carrera profesional; será, más bien, el pastel entero.

Poco cabía esperar de la fuga de 16 ciclistas que se formó a tres kilómetros de la salida. Ni siquiera cuando su ventaja alcanzó los diez minutos. El Mont Ventoux se divisaba en el horizonte como uno de esos gigantes que dibujaba René Pellos en la vieja revista Miroir. Abiertas las fauces para devorar a los incautos aventureros.

Las opciones de la fuga se redujeron a la anécdota cuando su diferencia se redujo a los tres minutos en las faldas del puerto. Pensamos entonces que cualquier arreón del grupo derribaría la penosa resistencia de los adelantados.

Aproximadamente a esa altura de nuestro pensamiento negativo demarró Juanma Gárate, dispuesto a caer con dignidad. Más que un ataque pareció una huida y en ella le acompañó el joven Tony Martin (24), revelación de la carrera hasta que los Alpes se cruzaron en su camino.

En ese instante, lo admito, nos olvidamos de ellos. Los dimos por condenados, por perdidos en el mar del Ventoux. Y sin remordimiento alguno nos centramos en la velocidad del gran grupo, en las melenas rubias de Luxemburgo, en el azufre texano y en el maillot amarillo. Allí estaba el podio.

Aquel fue el momento de Andy Schleck, y no porque lanzara un hachazo o un par, sino porque lanzó ocho, hermosos todos. Lo hizo a los pies del coloso y lo fue repitiendo sistemáticamente, pendiente de su hermano mayor y resignado a Contador.

Frank también probó fortuna, pero se advirtió pronto que tenía más ganas que piernas. Armstrong, más ligero que otras veces, le marcaba con un ojo mientras que con el otro vigilaba a Wiggins, su otra amenaza para el podio. Klöden ya andaba medio herido.

No hubo intriga. Correr con rabia dobla la fuerzas y Armstrong suele circular con las fuerzas redobladas. De ahí su necesidad de encontrarse en permanente venganza, ya sea contra los franceses, contra Contador o contra las flores del campo.

Amago.

Uno de los más duros ataques de Andy Schleck sólo fue resistido por el líder, en primera instancia, y por Nibali, que se incorporó después. Tomaron tanta ventaja con el grupo de Armstrong (50 segundos) que fue el italiano, a casi dos minutos, quien puso en peligro el podio del americano.

Resultó un espejismo. Andy se detuvo para esperar a su hermano y Contador hizo lo propio para no molestar a los susceptibles. Nibali cedió y todos fueron cazados por el grupo del sheriff Lance, del que entonces saltó el rey de la Montaña. Su irrupción fue reveladora. Ya lo teníamos claro: ganaría Pellizotti.

Volvimos a Gárate y Martin muy cerca de la cumbre, para comprobar su cara desencajada y para descubrir que su ventaja aún abrigaba un milagro. Y sucedió. Pellizotti reventó contra el viento y Gárate se escapó hacia la victoria. O eso creímos. Cuando celebrábamos su éxito fue atrapado por Martin, y cuando llorábamos su desgracia, volvió a atacar para vencer al fin. Contador cruzó 38 segundos después con los brazos en alto.

En jornadas como la de ayer el ciclismo se redime de sus pecados. Y en jornadas como la de hoy el Tour nos regala, por un día, la última de sus joyas, París.