Para provocar la montonera basta el contacto de dos ruedas o un frenazo inesperado. Ayer todo quedó en un susto, mucha sangre y huesos rotos. Hay otro Tour, uno de ángeles guardianes que esquivan cornisas y barrancos, ciclistas con alas, entre el cielo y el suelo.
No hemos llegado. Los corredores lo saben y repiten como androides aquello de la última línea. Hay avispas y caídas. Y ansiedad. Quizá por eso siguen corriendo, rápido, rápido. Decía Pantani que subía tan aprisa las montañas porque las odiaba, porque necesitaba terminar cuanto antes.
Ayer hubo otra escapada, en otra etapa idéntica y sobrante, porque está todo el pescado vendido y a nadie interesa esta luz que agoniza antes de la contrarreloj. Sería bueno que Leblanc aprendiera algo de la Vuelta a España, de sus etapas cortas y nerviosas.
Entre la modorra y los golpes surgió la victoria de Voigt, un ciclista del Credit Agricole, el equipo omnipresente. Casi no hubo emoción, pero sí tiempo para reflexionar. Armstrong pensaba en sus gemelos; serán niñas. Su mujer llegó al Tour con un sobre cerrado que abrieron juntos en la habitación del hotel. Dicen que Lance corría ayer con la mirada perdida, esquivando caídas, viendo la sangre de otros, meditando si no estará abusando de su ángel de la guardia, de su ciclista con alas.