Esta vez fue gol

TOUR DE FRANCIA

Esta vez fue gol

Esta vez fue gol

REUTERS

Si quisiéramos explicarle a un marciano (o a un ministro) cómo es un ciclista habría que decirle que tiene la cara de Roberto Laiseka: los pómulos marcados como signos de interrogación, la expresión del sufrimiento dibujada en el rostro y una cana por cada oportunidad perdida.

Ayer ganó Laiseka, que es como decir que ganaron todos los ciclistas que no ganan nunca, los que sufren como Armstrong en el cerro Garabitas, los que nunca pasaron a profesionales y los que pasaron por allí con mucha pena y ninguna gloria.

Recuerdo que cuando era un niño, tras perder varios combates de judo, el entrenador se acercó a mí (con cierta pena) y me dio una medalla. En el reverso se podía leer: "Persevera y vencerás". Es posible que Laiseka sea un mal judoka.

Porque cuando Roberto cumplió 30 años todavía no había ganado ni un sola carrera profesional. Todo le llegó después, sus dos triunfos en la Vuelta y su consagración, por fin, en una de las etapas reinas del Tour de Francia, ayer, a los 32 años.

El ciclista de Algorta aprovechó el trabajo de su equipo, obsesionado por corresponder a todos los vascos que abarrotan las cuestas de los Pirineos. Y en ese afán, Euskaltel se mezcló con el US Postal para controlar la carrera, muy agitada por la lucha que mantienen Kelme y ONCE por la general de equipos.

Fuera de toda manipulación política (si es posible), el Euskadi surgió en 1994 como símbolo del ciclismo romántico hecho con deportistas de la tierra. Una especie de Athletic en bicicleta. Luego llegó el dinero de Euskaltel y las fotos de los políticos, pero Laiseka puede presumir de haber estado allí desde el principio.

También le debe una parte del triunfo a su director, Julián Gorospe, el ciclista más prometedor de los 80 hasta que Hinault le clavó un puñal en una montaña. Desde entonces le ha quedado una mirada lánguida, de hombre íntegro.

Justicia

La victoria de Laiseka, tras cinco segundos puestos de corredores españoles, fue un premio merecido. Bien es cierto que se benefició de una situación de carrera especial, con un pelotón que camina hacia París como un ejército malherido con un general a caballo.

En las rampas de Luz Ardiden no hubo explosiones y los fugados que abrían carrera estaban más fundidos que una pizza cuatro quesos. Justo cuando se inclinaba la carretera, surgió el empellón de Laiseka. El vasco fue superando rivales, pero su suerte dependía de lo que sucediera por detrás.

Y en la retaguardia sucedió lo de siempre. Ullrich volvió a atacar con su ritmo machacón, empeñado en atrapar a un fantasma, obsesionado por añadir gloria a su derrota. Muchos españoles (especialmente del Atlético de Madrid) se han hecho de este poeta maldito en el que se han convertido Juan Ullrich, rival insigne del madridismo ciclista de Armstrong.

Los dos subieron juntos la última cuesta de este Tour. Pero ayer Lance Armstrong no tenía prisa, prefería honrar el pundonor de su enemigo. Y respetar también al esforzado Laiseka, que bailaba sobre su bicicleta con cara de antiguo y mirada de miedo, pintado de blanco y negro, con los tubulares en los hombros y la bicicleta agarrándose a la tierra del camino, en los Pirineos, entre Coppi y Bahamontes, como un ciclista de siempre.