Mister President

TOUR 2001

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Armstrong ya estuvo muerto otras veces. En 1996 un cáncer recorrió su cuerpo de los testículos a los pulmones y de allí al cerebro. Tenía menos de un 40% de probabilidades de superarlo. Sobrevivió. Supongo que después de ganar a la muerte las montañas no parecen tan altas.

Cuando el grupo de favoritos trepaba ayer por la Madeleine, primer coloso de la jornada, Armstrong ocupaba las últimas posiciones. No iba bien. Tenía el gesto crispado. Parecía muerto. Un ciclista tan orgulloso como él no simula el cansancio. ¿Qué ganaba con ello? Sólo corría riesgos: su mala colocación era una temeridad en previsión de ataques.

Minutos después de entrar victorioso Alpe d’Huez, apenas sin tiempo para recuperarse del último esfuerzo, Armstrong dijo que había jugado al “póker” con sus rivales. ¿Esperaba alguien que admitiera que había sufrido como un perro en el primer puerto? Yo no. Armstrong, encantado de haberse conocido, bailó sobre la tumba de sus enemigos: me he reído de vosotros, Ullrich estás acabado y tú equipo me ha hecho la carrera. El genio, que realmente lo pasó mal al principio, convirtió una gran victoria en una victoria humillante.

Inmenso

Siempre quedará la exhibición de Armstrong en Alpe d’Huez. Su forma lujuriosa de entender el ciclismo, semejante a Merckx e Hinault, tan lejos de Indurain. Esos ojos inyectados de venganza. Precisamente su ímpetu asesino es su único punto débil. Por eso se exhibe el primer día de montaña y por eso mismo se retuerce la última semana, ya casi exhausto. Sigo pensando que el Tour no ha terminado, aunque visto lo de ayer sea un pecado dudar.

El Telekom fue el otro protagonista de la etapa, para muchos en el papel del tonto al que le estrellan la tarta. No lo creo. Representó la dignidad de un equipo que tiene un líder para ganar la carrera. Con Armstrong cojo o subido en una vespa, los alemanes tenían la obligación de endurecer la jornada, de eliminar rivales, de ser valientes. En medio de esa lucha no me pregunten dónde estaba la ONCE porque no la vi.

Porque se echó en falta más arrojo por parte de los españoles, resignados a correr el otro Tour, a buscar un lugar en el podio. Ullrich, bravísimo, quemaba sus naves y no recibía un relevo, ni siquiera un respiro. No había avispas del Kelme, ni rodillo amarillo (o rosa), ni nada. Que no se quejen si en el podio de París brillan las sonrisas de Kivilev y Simon.

ibanesto (es imposible no recordar otras épocas) tuvo bastante con lanzar a Eladio Jiménez al principio de la etapa, aunque el salmantino sucumbió entre las montañas, al igual que Rous, pobre diablo, que cayó en las rampas del Alpe d'Huez.

Vivos

Hay que seguir siendo optimistas porque Beloki, Igor y Sevilla continúan en la pelea, a la estela de Ullrich. Armstrong ha ganado la primera batalla, pero este Tour ha nacido extraño. Por eso hay que pedir que nadie se rinda, que nadie cambie una foto en los Campos Elíseos por un ataque quizá suicida, quizá glorioso.

Es un honor perder contra Armstrong y contra su historia del muerto que resucitó. Pero hay que intentar contagiarse de su misma enfermedad. Ese valor que te recorre el cuerpo de los testículos a los pulmones y de allí al cerebro.